Jimena Pinilla
La primera vez que hablé con Jimena Pinilla yo tenía un montón de poemas esparcidos en papeles sobre la mesa. Estaba temeroso de enseñárselo a la gente que todavía no conocía aquel invierno del 2004 en el CCPUCP. Aquella chica, sin embargo (digo chica porque Jimena siempre aparentó ser menor de lo que era, y en ése momento yo la consideré como “una chica más”) quiso leer los poemas que yo tenía entre las manos y supongo que le llamarían la atención. Después de un rato me preguntó si para mí no era necesario hacer rimas, y yo le dije que depende, que mis poemas sí tenían rima pero eran un tipo de rima “más narrativa”. Acordémonos que yo tenía 18 años.
El siguiente recuerdo que yo tengo de Jimena Pinilla es bajando las escaleras del CCPUCP, un martes o un jueves cualquiera en que yo converso no sé si con Bruno o con Pierre (creo que era con Bruno) acerca de que yo iba a imprimir un manojo de 100 páginas de lo que entonces era “mi novela”. Ya habríamos avanzado algo de los talleres de los sábados, así que Jimena sabía algo de aquel proyecto. En seguida se ofreció a imprimirlo en su trabajo. Yo entonces no sabía qué trabajo era ese que tenía Jimena Pinilla, y no quise incomodarla. Nunca supe si fui muy brusco al decirle que no, gracias, que yo mismo tenía planeado ir a la universidad San Marcos a hacerlo.
Cuando Jimena Pinilla se enteró que yo estudiaba Ciencias de la Comunicación y que me iba a especializar en periodismo, me regaló una revista de la Universidad de Lima en la que ella había escrito una crónica. El tema de la revista era la muerte. Una mujer oscura y huesuda salía en la portada si mal no recuerdo. Pasó un tiempo hasta que leí aquel artículo. Creo que recién entonces me di cuenta de quién era Jimena Pinilla.
Una vez que Jimena Pinilla leyó un cuento sobre un chico que fuma en una calle solitaria de San Isidro, yo estaba en el mismo salón que ella, y no pude evitar sentirme tremendamente identificado. No recuerdo qué le pasaba a aquel chico, si le robaban o si simplemente se quedaba ahí parado fumando como un zombi. Tampoco sé si estuvo mal sentirme identificado y pensar que lo había escrito pensando en mí. Lo único seguro era que yo en ésa época fumaba bastante parado en la calle junto al CCPUCP.
Cuando terminó el primer ciclo del curso de literatura que llevé en el Centro Cultural, una parte de mí pensó que nunca volvería a ver a Jimena Pinilla ni a otras muchas personas que conocí. Claro que eso no se dio, en parte porque me matriculé el segundo ciclo y porque una tarde de verano, echado en mi cama, me puse a leer un Etiqueta Negra cuyo tema era, oh sorpresa, la muerte. Ahí también estaba Jimena Pinilla. Cuando volví al curso en el CCPUCP, era marzo del 2005 y la primera persona con la que me encontré fue ella. Yo estaba entonces con más barba y con el pelo más largo. Jimena Pinilla me lo hizo notar diciendo que cómo era posible.
Una vez que se terminó el curso, hice una reunión en mi casa. Vinieron todos, excepto Ivan Thais y algunos alumnos que ahora no recuerdo. Ahí también estaba Jimena Pinilla y su esposo, una de las parejas más encantadoras que jamás he conocido. Cuando se fueron, a eso de las once o las doce de la noche, Jimena había olvidado su cartera.
Cuando la recogió, un domingo antes de que yo me fuera por unas semanas a Cuzco, Jimena pasó con su esposo, que creo que se llama Juan Carlos. Antes de eso yo, inocentemente, había visto adentro de su cartera y había sacado una de las muchas tarjetas de presentación que tenía del diario El Comercio. Además de eso, Jimena no tenía absolutamente nada en aquella cartera de cuero. Cuando salí a darles la cartera, Jimena estaba dentro de aquel carro, así que yo me acerqué para darle un gran beso. Claro que esa no fue la última vez que estuve con Jimena Pinilla, pero todavía me queda ésa imagen. Por alguna razón, determinada gente se cruza con uno en esta vida. No es pura casualidad. Yo me encontré con Jimena Pinilla a temprana edad. Eso me da que pensar. Todavía conservo su tarjeta.
La primera vez que hablé con Jimena Pinilla yo tenía un montón de poemas esparcidos en papeles sobre la mesa. Estaba temeroso de enseñárselo a la gente que todavía no conocía aquel invierno del 2004 en el CCPUCP. Aquella chica, sin embargo (digo chica porque Jimena siempre aparentó ser menor de lo que era, y en ése momento yo la consideré como “una chica más”) quiso leer los poemas que yo tenía entre las manos y supongo que le llamarían la atención. Después de un rato me preguntó si para mí no era necesario hacer rimas, y yo le dije que depende, que mis poemas sí tenían rima pero eran un tipo de rima “más narrativa”. Acordémonos que yo tenía 18 años.
El siguiente recuerdo que yo tengo de Jimena Pinilla es bajando las escaleras del CCPUCP, un martes o un jueves cualquiera en que yo converso no sé si con Bruno o con Pierre (creo que era con Bruno) acerca de que yo iba a imprimir un manojo de 100 páginas de lo que entonces era “mi novela”. Ya habríamos avanzado algo de los talleres de los sábados, así que Jimena sabía algo de aquel proyecto. En seguida se ofreció a imprimirlo en su trabajo. Yo entonces no sabía qué trabajo era ese que tenía Jimena Pinilla, y no quise incomodarla. Nunca supe si fui muy brusco al decirle que no, gracias, que yo mismo tenía planeado ir a la universidad San Marcos a hacerlo.
Cuando Jimena Pinilla se enteró que yo estudiaba Ciencias de la Comunicación y que me iba a especializar en periodismo, me regaló una revista de la Universidad de Lima en la que ella había escrito una crónica. El tema de la revista era la muerte. Una mujer oscura y huesuda salía en la portada si mal no recuerdo. Pasó un tiempo hasta que leí aquel artículo. Creo que recién entonces me di cuenta de quién era Jimena Pinilla.
Una vez que Jimena Pinilla leyó un cuento sobre un chico que fuma en una calle solitaria de San Isidro, yo estaba en el mismo salón que ella, y no pude evitar sentirme tremendamente identificado. No recuerdo qué le pasaba a aquel chico, si le robaban o si simplemente se quedaba ahí parado fumando como un zombi. Tampoco sé si estuvo mal sentirme identificado y pensar que lo había escrito pensando en mí. Lo único seguro era que yo en ésa época fumaba bastante parado en la calle junto al CCPUCP.
Cuando terminó el primer ciclo del curso de literatura que llevé en el Centro Cultural, una parte de mí pensó que nunca volvería a ver a Jimena Pinilla ni a otras muchas personas que conocí. Claro que eso no se dio, en parte porque me matriculé el segundo ciclo y porque una tarde de verano, echado en mi cama, me puse a leer un Etiqueta Negra cuyo tema era, oh sorpresa, la muerte. Ahí también estaba Jimena Pinilla. Cuando volví al curso en el CCPUCP, era marzo del 2005 y la primera persona con la que me encontré fue ella. Yo estaba entonces con más barba y con el pelo más largo. Jimena Pinilla me lo hizo notar diciendo que cómo era posible.
Una vez que se terminó el curso, hice una reunión en mi casa. Vinieron todos, excepto Ivan Thais y algunos alumnos que ahora no recuerdo. Ahí también estaba Jimena Pinilla y su esposo, una de las parejas más encantadoras que jamás he conocido. Cuando se fueron, a eso de las once o las doce de la noche, Jimena había olvidado su cartera.
Cuando la recogió, un domingo antes de que yo me fuera por unas semanas a Cuzco, Jimena pasó con su esposo, que creo que se llama Juan Carlos. Antes de eso yo, inocentemente, había visto adentro de su cartera y había sacado una de las muchas tarjetas de presentación que tenía del diario El Comercio. Además de eso, Jimena no tenía absolutamente nada en aquella cartera de cuero. Cuando salí a darles la cartera, Jimena estaba dentro de aquel carro, así que yo me acerqué para darle un gran beso. Claro que esa no fue la última vez que estuve con Jimena Pinilla, pero todavía me queda ésa imagen. Por alguna razón, determinada gente se cruza con uno en esta vida. No es pura casualidad. Yo me encontré con Jimena Pinilla a temprana edad. Eso me da que pensar. Todavía conservo su tarjeta.
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